Una habitación vacía que hace mirar atrás

Una habitación vacía que hace mirar atrás

Tengo un disco duro externo que no me va. Hasta ahora no le había dado demasiada importancia. Pedí un día un presupuesto para que me lo arreglasen pero el precio me pareció tan abusivo que desistí… (sobretodo porque te cobran una vez hecho el trabajo que desecharán si no pagas. Más o menos es así: te enseñan los archivos que tienes en el disco duro sin recuperar para ponerte la miel en los labios, y te ofrecen el presupuesto multimillonario, si les contratas, para acceder a ellos. Me pareció tan abiertamente extorsionante que me negué. Iba en contra de mis principios, pero ¡si el trabajo ya lo han hecho antes de pagarles! Me recuerda un poco a esas fotos de hospital chunguísimas con el bebé recién nacido, o las fotos escolares que suelen ser tremebundas… es el mismo método, una guerra psicológica de manual).

El caso es que mi hija me pidió fotos de su bautizo y no las encontraba por ningún lado. Posiblemente estarían en el dichoso disco duro con ocho mil recuerdos más de mi vida que seguramente no recupere nunca. Por lo que me decidí a optar por la vía analógica. Y empecé a rebuscar en todos esos cajones de casa que nunca abres porque te da pereza ver lo que te puedes encontrar y asumir que tienes mucho que ordenar.

Pero generalmente esos momentos de búsqueda en cajones olvidados suelen traer agradables sorpresas, (de nada Marie Kondo). Y encontré una fotografía que posé en una librería del salón, sin marco y sin nada, como un simbolismo del espacio que fue y que ahora es.

Es una fotografía del salón de mi casa, de la primera noche que pasamos en ella. En ese salón. un sofá gigante, una alfombra ridículamente pequeña, un baúl de alcanfor, una televisión modernísima, unas ventanas desnudas con la persiana bajada a la mitad, un bolso en el suelo, un trolley y un botellín de agua. Paredes vacías recién pintadas. Y mi primer pensamiento al ver la foto fue: ¿En qué momento llenamos tanto este espacio? No me enteré. No me acordaba que esto había sido así. ¿Cuándo llegaron los muebles, los cuadros, las fotografías, los libros?

Pero ver una foto de mi salón vacío, fue bastante revelador, y me hizo pensar. Y es que hay una frase que dice que «no hay que mirar atrás ni para coger carrerilla» y me he dado cuenta que estoy bastante en desacuerdo.

Sí que es cierto que quedarse a vivir en el pasado, buscar excusas continuamente en los traumas vividos, o lamentarse por lo que hice o dejé de hacer impide que nos desarrollemos personalmente. Pero no es menos cierto que a veces es iluminador mirar atrás y poder observar todo lo conseguido hasta ahora. Y sin duda lo gráfico ayuda para poder tomar conciencia de nuestros puntos de partida, como la foto de mi salón debutante.

Y es que no creo que haya que obviar el pasado, y luchar contra él me parece tan difícil como infructuoso. El pasado nos ha traído hasta donde estamos hoy, con sus momentos buenos, y con sus momentos difíciles que sin duda han formado a la persona en la que hoy me he convertido y a la que debería querer y admirar por todos los obstáculos que ha superado. A veces intentamos huir de él, taparlo para no verlo, evitarlo o esconderlo pero lo cierto es que esa actitud sólo es un síntoma más de todos los conflictos que nos quedan por resolver allí y que me están impidiendo crecer personalmente hoy.

Para mirar el pasado en positivo, me puedo hacer las siguientes preguntas; ¿Cuáles eran mis sueños hace 10, 15 o 20 años? ¿Cuáles he ido alcanzando y cuáles me quedan por alcanzar? ¿Estoy más lejos o más cerca de ellos que ayer, que hace 1 año, que hace 10? Este breve ejercicio sirve para muchas cosas. Por un lado nos ayuda a enfocarnos de nuevo. El mundo en el que vivimos, esa rapidez, esa actividad, esa rutina nos aleja de lo que realmente nos motiva y nos conmueve. De lo inspiracional para nosotros. De nuestro rumbo. Así que oriéntate a ese sueño de nuevo si eres capaz de recuperarlo.

También puede ocurrir que al hacernos estas preguntas nos demos cuenta que me he alejado mucho de mis objetivos vitales de otras épocas. Bueno pues no dramaticemos, tampoco pasa nada. Las personas somos seres en constante evolución y desarrollo, o al menos así deberíamos ser. Quizás mis metas de hace años no me sirven para la persona en la que me he convertido hoy. Hay una frase de Carl Rogers que lo explica muy bien: «Me he dado cuenta de que ser digno de confianza no exige que sea rígidamente consistente, sino confiablemente real».

Y por supuesto también sirve para darnos una pequeña palmadita en la espalda de vez en cuando. Haciéndome estas preguntas me puedo llevar la agradable sorpresa que he ido consiguiendo mis objetivos mucho antes de lo esperado. Aunque muy posiblemente me quede aún mucho trabajo para ir más allá. Y es que la vida es dura, (esta tremendista frase se la digo a menudo a mis hijos, pero sin creérmela demasiado). Sí la vida es dura, y a veces mirar atrás nos ayuda a ver lo bien que lo hemos hecho porque hemos sobrevivido y hemos llegado hasta aquí.

Rosa

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